Hay momentos en que lo cotidiano nos parece mágico o sorprendente (tanto positiva como negativamente). Quizás sea una madre jugando con su pequeño hijo o un vagabundo pidiendo monedas. Pero hoy no. Hoy fue algo que no muchas personas considerarían cotidiano: una micro de Fuerzas Especiales de Carabineros estacionada día y noche a dos cuadras de mi casa. Y que no vivo en un lugar conflictivo ni nada, sino que bucólicamente resido en un barrio clase media tradicional de Ñuñoa, donde puedo dejar la puerta de mi casa abierta durante días y todo sigue aburridamente igual y en las noches es exquisito caminar por la calle, ya que reina la tranquilidad. ¿Paz, armonía, tranquilidad? Pareciera que sí, entonces ¿Debo preocuparme por la micro de Carabineros? ¿Realmente es importante? No lo sé, pero lo que sí sé es que es impactante para el que lo ve por vez primera. Mi madre me interrogó bastantes minutos la primera vez se topó con tal acontecimiento, primero, porque no deja de resultar irónico que el dichoso furgón esté a un costado de McDonald's (¿EE.UU interviniendo en las relaciones de poder de los países periféricos?), segundo, porque a excepción de La Moneda, la Escuela Militar o la Escuela de Carabineros, debe ser uno de los pocos lugares en el país que cuenta con resguardo policial permanente. ¿Por qué?
Me viene a la mente Orwell. Él sabía que todos tenemos una habitación 101, algo que asusta más que nada en el mundo. El Ministerio de Amor viene siendo la encarnación de esta teoría. ¿Temor? Estando en "democracia", lo que me sigue molestando es la imposición del miedo, esa necesidad de recordarnos que la habitación 101 se hace alcanzable cada día más, esa necesidad de las autoridades de enrostrarnos a la población que debemos tener miedo de la delincuencia, de los vándalos subversivos que protestan, del extraño, del distinto, encausándonos a la valoración del orden y la seguridad, como si fuese una bendición que nos otorgan, encerrándonos en un edificio carente de ventas y custodiado tras un infranqueable enjambre de alambres de puas, puertas de acero y vigilantes armados, manteniendo en su interior las luces intensamente brillantes, llevándonos a la creencia de un "lugar donde no hay oscuridad", y por ende, seguro.
No sé usted, pero al menos yo prefiero decidir si quiero vivir pensando en mis miedos, o siquiera recordar que los tengo. Es un acto tan personal que termina siendo tomado como colectivo con la excusa de que el todo lo conformamos los individuos, con sus anhelos, esperanzas... y temores, los que por consiguiente terminan siendo del colectivo. Quiero mi individualidad, ¿Para que aquello suceda debo esperar a que todos quieran lo mismo? ¿Individualidad, dices?
0 comentarios:
Publicar un comentario