Llueve, y el cristal de la ventana se llena de lágrimas tibias,
que bajan por ella lentamente,
uniéndose unas con otras hasta terminar con su vida en el marco del vidrio.
Llueve, y las nubes que antes parecían suaves algodones,
pelusas celestiales y etéreas,
ahora están sucias, negras y húmedas,
como si hubieran limpiado toda la miseria de la humanidad.
Desde ayer que llora el cielo,
y por respeto a su llanto, no he vuelto a sonreír.
No hay canción más hechizante en este mundo
que la que cantan las lágrimas llovidas al caer en la tierra,
sobre la sequedad de las flores
y el cabello y ropas de la gente.
Llueve, y he abierto la ventana, llenándome de lágrimas heladas,
que me atacan con saña,
uniéndose con las mías propias,
cortándome el rostro con su arma de vientos.
Desde ayer que lloran las nubes,
y por respeto a su luto, no he vuelto a salir.
Ha sonado un trueno, haciendo temblar la tierra
y los huesos de los mortales que tienen frío y miedo.
Pero a mí me ha devuelto a la vida.
Y cuando el relámpago atravesó el húmedo cuerpo de los cielos,
con el frío brillo de una hoja de metal,
sentí como si me hubiese rebanado a mí también,
y como si fotografiara la tristeza de este mundo.
Llueve, y mi ventana sigue abierta,
porque cuando el relámpago abrió la herida,
las nubes dejaron su corazón cegador al descubierto,
esparciéndose así la sangre que, con celo, contenían,
cayendo sobre calles, edificios, casas, cubriéndome por completo
en forma de luz, calor y agonía...
Desde ahora, la sangre ambarina lo inunda todo.
Y por respeto a la belleza de su entrega, bajo la cabeza
y esbozo una débil sonrisa.
.
viernes, 24 de julio de 2009
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